Texto: Carla Vázquez, Coordinadora de proyectos, RLS-México
Foto: Las Chinampas, huertos flotantes de cultivo ancestral, ubicados en la zona periférica de la Ciudad de México, Xochimilco, atraviesan por un periodo de sequía debido al cambio climático y a la ineficiente distribución del agua por parte de las autoridades. Crédito: picture alliance / Anadolu | Daniel Cárdenas
En la Ciudad de México, las organizaciones urbano populares responden al abandono y la marginación por parte del gobierno proporcionando servicios básicos.
Casi 10 millones de personas viven en la Ciudad de México. El suministro de agua ha sido un problema crítico durante décadas. El aumento de las temperaturas, la corrupción y los nuevos megaproyectos han exacerbado el problema, dejando a millones de personas sin acceso directo al agua potable. En las áreas más marginadas, la población se organiza para resolver estos problemas sin depender de las autoridades.
La Ciudad de México ha alcanzado temperaturas récord en los últimos meses, y los embalses que abastecen de agua potable a los 20 millones de habitantes del área metropolitana, de los cuales 9.2 millones viven dentro de la Ciudad de México, están en niveles críticos de escasez.
En la alcaldía Iztapalapa, una de las zonas con más problemas para el acceso al servicio, casi 2 millones de personas sufren diariamente por la falta de agua y los microclimas que hacen insoportable salir a la calle a pleno día debido al calor reflejado por el asfalto. Sin embargo, para muchas familias en esta demarcación, es común hacer filas bajo el sol para obtener agua de las pipas, ya que el suministro de agua potable nunca es constante. Pueden pasar varios días sin una sola gota de agua del grifo.
En medio de este caos urbano, rodeada de colinas, se encuentra la comunidad de Acapatzingo, hogar de 596 familias pertenecientes a la Organización Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente (OPFVII), más conocida como Los Panchos. A diferencia de sus vecinos, esta comunidad cuenta con proyectos de infraestructura como una gran cisterna y plantas de purificación y potabilización de agua, para que sus miembros no carezcan de este líquido vital en su vida diaria. La corrupción y el abandono gubernamental de las comunidades que viven en los márgenes de esta gran ciudad han encontrado respuesta en movimientos urbanos organizados que asumen como propia la obligación del estado de proporcionar servicios básicos a la población. Los Panchos surgieron hace más de 35 años debido a la necesidad de vivienda adecuada. Hoy en día, la organización ha desarrollado un modelo que aborda y resuelve más que las necesidades materiales de sus miembros.
A lo largo de estos años, a través de la conciencia de clase y el trabajo comunitario, han logrado establecer condiciones para satisfacer efectivamente sus necesidades desde una perspectiva ecológica. Como resultado, la OPFVII ha desarrollado infraestructuras y políticas internas para sus comunidades, como jardines urbanos, iluminación con paneles solares para áreas comunes y regulaciones de consumo eléctrico para evitar el desperdicio.
ADAPTACIÓN Y ORGANIZACIÓN
Conscientes de la necesidad de adaptarse a los niveles de agua que fluctúan drásticamente, los habitantes de Acapatzingo, con acompañamiento de otras organizaciones y técnicos expertos, excavaron cuatro pozos de absorción de agua de lluvia para encontrar el nivel freático y así evitar inundaciones. Los pozos profundos contienen capas de diferentes materiales, como arena y grava, a través de las cuales el agua se filtra mientras desciende, retornando al acuífero como agua limpia. Para mantenerlos en perfecto estado de funcionamiento, un comité designado limpia los filtros cada mes y reutiliza los sedimentos y lodos que capturan para nutrir sus jardines urbanos, por ejemplo. En la comunidad, todo se reutiliza.
Para operar las plantas de tratamiento de agua, tienen un sistema más sofisticado. El agua que llega a la planta de tratamiento se purifica a través de filtros de minerales y carbón activado, luego se somete a cloración y ozonización, y finalmente pasa por un filtro UV. Después de este proceso, explica David López, miembro del comité político de OPFVII, el agua sale con los minerales necesarios para el consumo humano y es de muy buena calidad. “Incluso sabe mejor que el agua embotellada, a la cual los habitantes de la Ciudad de México están muy acostumbrados”, asegura.
En esta parte de la ciudad, las inundaciones y las sequías extremas son muy comunes. “Hace más de 10 años, los miembros de la organización comenzaron a desarrollar alternativas para mitigar la falta estructural de servicios básicos y los cambios ambientales que desafiaban la vida comunitaria”, dice David. Su proyecto político incluye diversas prácticas de cuidado del medio ambiente y de los bienes comunes que han sido resultado de la reflexión y una profunda conciencia ambiental y de clase.
Por ejemplo, durante la época navideña, se prohíben las decoraciones luminosas que consumen mucha energía, ya que se sabe que la energía es escasa y más cara en esa época del año. Se priorizan los usos necesarios. Es raro encontrar experiencias similares de resiliencia en ciudades con características como la capital mexicana. David explica: “El resultado de esta comunidad se debe a la formación, el compromiso con la comunidad, la solidaridad y la ayuda mutua, que dan vida a espacios donde cualquiera puede sentirse en paz. Más que resiliencia al cambio climática o a la escasez de agua, es organización política”.
La Ciudad de México ha navegado la paradoja entre la abundancia y la escasez de agua desde su fundación. La cuenca donde se encuentra la ciudad no tiene canales naturales para el drenaje del agua hacia otros cuerpos de agua fuera de ella. Los primeros habitantes de esta área, el pueblo mexica, mantenían cierta armonía con el paisaje lacustre. En tiempos coloniales, los invasores intentaron replicar un modelo urbano similar a las ciudades del Renacimiento europeo, lo que causó el colapso del ecosistema acuático. La antigua ciudad de Tenochtitlán, que dio origen a lo que hoy conocemos como la Ciudad de México, fue fundada, según la mitología, cuando encontraron la señal en el lugar donde un águila se posó en un nopal. Este fue el comienzo de la construcción de la gran Tenochtitlán en un islote en medio de un gigantesco sistema de lagos.
Debido a las características de la cuenca, este pueblo prehispánico implementó grandes obras de ingeniería hidráulica para regular el flujo de agua y técnicas ingeniosas para el cultivo de alimentos, basadas en las chinampas, estructuras construidas con pilares hincados profundamente en el lago y llenas de tierra y materia vegetal hasta que sobresalen por encima del agua y se pueden cultivar alimentos y flores en la superficie; algunas chinampas todavía se utilizan en áreas de la ciudad como Xochimilco y Tláhuac. Los fundadores prehispánicos de la ciudad también tenían un sistema ecológico para manejar los desechos, que no iban al lago, sino que se convertían en fertilizante para mantener la pureza del agua.
Mientras que los mexicas pudieron regular su entorno, después de la invasión española, el proyecto de construir la Ciudad de México enfrentó grandes desafíos ambientales. A diferencia de los mexicas, los españoles no conocían la extensión de las lluvias estacionales y sus intentos de drenar el territorio y convertirlo en una ciudad al estilo español no fueron el tratamiento adecuado para una cuenca endorreica que no permite el flujo de agua hacia afuera. Catástrofes documentadas como las grandes inundaciones de 1604 y 1607 obligaron a los colonizadores a construir el primer drenaje artificial. Sin embargo, los episodios de inundaciones no se detuvieron por completo. Por esta razón, se construyó otro proyecto monumental, el Gran Canal de Desagüe, una de las obras de ingeniería más espectaculares de la época. Sin embargo, esto aún no fue suficiente para drenar las aguas residuales, por lo que casi 70 años después, el canal se complementó con otro gran proyecto de drenaje a través del cual se extrae y lleva fuera de la ciudad las aguas residuales, evitando así la saturación del sistema de drenaje y las consiguientes inundaciones.
“Históricamente, las autoridades no han abordado la raíz del problema, y las alternativas oficiales a la temporada de sequía actual dejan a los habitantes de la ciudad con muchas preocupaciones sobre la contaminación y escasez de agua.”
Desde el comienzo del proyecto urbano colonial, la infraestructura ha sido insuficiente para recargar los acuíferos y gestionar el agua de lluvia, que se junta con las aguas residuales. Al mismo tiempo, la sobreexplotación de los pozos subterráneos está creciendo y es la razón por la cual ciertas partes de la Ciudad de México se han estado hundiendo con el tiempo, como la catedral y el Zócalo, la plaza central de la ciudad, que se hunden aproximadamente 7.4 cm cada año. Mantener el suministro de agua de la ciudad solo ha sido posible gracias a la importación de agua de otros territorios a través de un sistema monumental de agua que almacena, suministra, purifica y distribuye agua para los habitantes e industrias de la Ciudad de México. El sistema Cutzamala, uno de los sistemas de agua potable más grandes del mundo, suministra agua a una gran parte de la Ciudad de México, apoyado por algunos pozos locales que complementan la demanda de los habitantes y las grandes industrias.
Desde 2023, los impactos del fenómeno de El Niño, un patrón climático que regresa cada pocos años y se caracteriza por largas sequías, han puesto en jaque al sistema Cutzamala debido a la escasez en las presas de las que se alimenta. En enero de 2024, se reportó un déficit del 37.8 por ciento; los promedios históricos no caían por debajo del 60 por ciento. Ha sido un año desafiante para las autoridades de la ciudad, que han tenido que racionar el agua y tratar de reparar la infraestructura dañada que causa que alrededor del 40 por ciento del agua se pierda por fugas. Mientras tanto, en medio de olas de calor sin precedentes, se ha llamado a los habitantes de la ciudad a racionar el agua potable, a bañarse en el menor tiempo posible, a reutilizar el agua para la limpieza y a no lavar sus autos directamente con mangueras. Para algunos residentes más ricos, este llamado a restringir el uso individual del agua es una novedad, mientras que para muchos otros grupos en la ciudad, la sequía actual no es la primera vez que tienen que lidiar con el racionamiento de agua.
La falta de diseño urbano para los espacios públicos o la regulación del crecimiento urbano ha resultado en territorios profundamente desiguales en términos socioambientales. Además, la expansión urbana sin restricciones, que ha ido convirtiendo la tierra en una inmensa losa de asfalto sin áreas verdes, ha hecho que el suelo sea menos permeable en áreas donde las arcillas naturales del terreno ya han compactado las capas de sedimento y dificultado la reabsorción natural del agua.
Históricamente, las autoridades no han abordado la raíz del problema, y las alternativas oficiales a la temporada de sequía actual dejan a los habitantes de la ciudad con muchas preocupaciones sobre la contaminación y escasez de agua. Por ejemplo, la secretaría de medio ambiente de la Ciudad de México promueve el programa “Cosecha de Lluvia”, que actualmente está disponible para los habitantes de seis de las 16 alcaldías. Para recibir equipos de recolección y tratamiento de agua de lluvia, los habitantes deben cumplir con ciertos requisitos técnicos e infraestructura que no son accesibles para la mayoría. Además, el agua de lluvia no es apta para el consumo humano, lo que no resuelve el problema de la falta de agua potable.
¿ESCAZEZ O ACAPARAMIENTO?
La escasez de agua requiere atención integral y colectiva, pero ¿qué hay del acaparamiento de agua? Uno de los problemas más palpables que exacerba la desigualdad en el acceso al agua potable está relacionado con las concesiones que el gobierno ha hecho a las industrias de cerveza y refrescos, así como a proyectos inmobiliarios. La concesión de estas concesiones ha desencadenado conflictos en las comunidades afectadas por estas decisiones.
Por ejemplo, el proyecto del Estadio Azteca, que será la sede inaugural de la próxima Copa Mundial de la FIFA en 2026, ha recibido una concesión de agua que preocupa a los habitantes de las áreas circundantes. Las principales preocupaciones inicialmente tenían que ver precisamente con las concesiones de agua que se requerirían y con la posible gentrificación. Gracias a la organización vecinal, manifestaciones públicas y confrontación con las autoridades, varios de los proyectos que se iban a construir alrededor del estadio, como centros comerciales y complejos hoteleros para alojar a los aficionados, fueron cancelados.
Los proyectos inmobiliarios también están irrumpiendo en la vida comunitaria de barrios tradicionales o nativos. El complejo Mítikah, un megaproyecto de departamentos, centros comerciales y oficinas de lujo que se construyó en el barrio de Xoco de la Ciudad de México, ahora está dejando a la población sin agua. Cuando se construyó el complejo, el gobierno de la ciudad construyó un pozo con el compromiso de que sería administrado por las autoridades para garantizar el acceso al agua para el resto de la población. Sin embargo, el caso ha carecido de transparencia y los habitantes de la zona continúan denunciando irregularidades en el suministro y calidad del agua.
“A pesar de que las organizaciones comunitarias y de base no juegan un papel protagónico en el debate internacional, es necesario preguntarse cómo seguir reconociendo y respetando sus experiencias para no imponer soluciones a la crisis que no son apropiadas para todas las áreas, todas las culturas o las necesidades de toda la población.”
En 2012, una reforma constitucional reconoció el derecho humano al agua y al saneamiento, que incluye el deber de priorizar el uso personal y doméstico sobre el uso industrial, agrícola, energético, etc. Este logro fue impulsado por muchas organizaciones y defensores del acceso humano al agua como un derecho. Pero la realidad es que aún hay mucha opacidad y acaparamiento en el flujo de agua potable. En términos reales, la reforma constitucional funciona más como una simulación que en la práctica diaria.
El sistema de agua de la Ciudad de México sigue siendo de propiedad pública, a pesar de la amenaza de privatización para resolver necesidades urgentes de suministro. Estas necesidades deben abordarse desde una perspectiva de derechos y la garantía de servicios públicos.
En 2020, la población mexicana fue la mayor consumidora de agua embotellada en el mundo, a pesar de que el costo de este “producto” es hasta 751 veces más alto que el agua suministrada por las redes públicas. En algunos casos, la compra de agua embotellada se debe a la calidad poco confiable de los sistemas públicos.
Pero en otros, la elección de comprar agua está directamente ligada a la falta de suministro. En el distrito de Iztapalapa, donde viven Los Panchos, así como en otros distritos como Tláhuac, Xochimilco y Milpa Alta, que son los más marginados de la ciudad, el agua solo llega a los hogares por unas pocas horas, unos pocos días a la semana, una práctica conocida como tandeo (servicio de agua escalonado). Para compensar la falta de suministro en las tuberías, las personas de estos distritos también recurren a comprar agua de empresas privadas, que a menudo no están reguladas.
“Pero si no hay agua, no hay vida y no hay organización”, concluye David, describiendo cómo dentro de las comunidades de Los Panchos, ha sido la propia conciencia de los miembros la que ha impulsado proyectos como las plantas de purificación de agua y los pozos que ayudan a recargar los acuíferos, así como sus huertos urbanos y la iluminación con paneles solares, que alimentan las áreas comunes y proporcionan energía para las bombas de agua. Todas estas acciones se han llevado a cabo sin mediación del gobierno, únicamente a través del trabajo comunitario y el compromiso permanente de las diferentes brigadas de trabajo que cuidan la vida comunitaria.
Existen otros modelos en América Latina que, como Los Panchos, brindan soluciones reales con un conocimiento empírico significativo, donde se fomenta la organización comunitaria en la creación de otras formas de relación con el lugar de vida, basadas en la solidaridad y la preservación del territorio y sus recursos. Para lograr justicia ambiental, es esencial reconocer el entorno y sus características para fortalecer la relación con el hábitat y los bienes comunes. La justicia ambiental también implica reconocer que estas prácticas socioambientales desafían las lógicas y niveles de dominación. No se trata de escala y replicabilidad, sino de abordar las injusticias utilizando diferentes formas de entender y estar en este mundo.
A pesar de que las organizaciones comunitarias y de base no juegan un papel protagónico en el debate internacional, es necesario preguntarse cómo seguir reconociendo y respetando sus experiencias para no imponer soluciones a la crisis que no son apropiadas para todas las áreas, todas las culturas o las necesidades de toda la población. Es deber de las autoridades y de los responsables de la toma de decisiones retomar estas prácticas locales que desafían la continuidad de un modo de vida extractivista e individualista.