Miércoles 07 de diciembre de 2016.
Patricia Zapata*
El miércoles 30 de noviembre las cenizas de Fidel Castro iniciaron su retorno por la misma ruta, pero al inversa, que el Comandante recorrió del 2 al 8 de enero de 1959, luego del triunfo de la Revolución, desde Santiago de Cuba hasta la Habana, en la llamada Caravana de la Libertad, para ser depositadas el viernes 2 de diciembre en una gran piedra entre los restos de José Martí que reposa sobre un puñado de tierra de cada país de América y los de 32 combatientes que acompañaron al dirigente histórico de la revolución cubana en el Asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953.
El pueblo cubano salió ahora en 2016 a despedir a Fidel, como salió en 1959 a recibirlo, cuando inició la transformación de un país que hasta ese entonces estaba caracterizado por ser una nación excluyente que parecía servir de casino a las clases poderosas de los Estados Unidos.
La semana de autor dedicada al escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, convocada por Casa de las Américas y la Rosa Luxemburg Stiftung, me dio la oportunidad de estar en ese momento en La Habana para rendir homenaje personal a un hombre que creyó en la transformación del mundo y para ser testigo del cariño y la tristeza con la que el pueblo cubano despedía a quien fuera su dirigente histórico.
A los 90 años murió Fidel, luego de sobrevivir por lo menos 634 atentados orquestados por la CIA. Los festejos que se vivían en Miami contrastaban con el pesar de La Habana, en donde niños, jóvenes, adultos y ancianos se reunieron en una Plaza de la Revolución, abarrotada en sus más de 70 mil metros, y en las calles aledañas, para rendir homenaje al hombre que estuvo a la vanguardia de la revolución cubana.
Los cientos de miles de cubanos que se congregaron para despedirle se enfrentan en la actualidad a un complejo proceso de cambios económicos y sociales que marcará el rumbo futuro del país, cambios que no están desprovistos de grandes contradicciones y desafíos y que ponen al país en un peligroso filo ante el sistema hegemónico mundial que pretende devorarlo.
Los cambios económicos que enfrenta Cuba, a partir de la aplicación de los lineamientos económicos en 2016, han sido un proceso lleno de contradicciones que se pueden ver en una realidad que contempla la circulación de una doble moneda, que ha provocado el encarecimiento brutal de los productos de consumo cotidiano, lo que deja a la población que no tiene acceso al llamado CUC, que es el equivalente a la divisa, con pocas posibilidades de enfrentar el gasto cotidiano.
La disminución de los productos provistos por el Estado en pesos cubanos, en la llamada libreta de abastecimiento, es un factor que se suma a los riesgos que tiene que enfrentar el país, ya que se pasó de tener asegurada la alimentación y los productos básicos, a contar con algunos productos que ya no pueden garantizar la subsistencia de las familias.
Todo esto ha generado una proliferación importante de negocios por cuenta propia que ponen en la mesa de debate el tema del modelo económico, ya que podrían significar prácticas capitalistas y de libre mercado que se confrontarán con el nuevo socialismo que se plantea la dirección del país.
Los servicios turísticos son un reflejo de este encarecimiento y hoy Cuba enfrenta una realidad en la que la infraestructura que tiene el país tiene pocas posibilidades de enfrentar la demanda de servicios de este tipo, servicios que además resultan sumamente onerosos.
Todas estas contradicciones tendrán que enfrentar además el cambio de gobierno de los Estados Unidos, que pasará de la administración de Barack Obama a la de Donald Trump, con todas las posibles consecuencias que esto tenga, donde no podemos olvidar los intereses económicos y empresariales que son el motor fundamental del presidente electo de Estados Unidos.
Cuba se encuentra entonces en un momento donde las adecuaciones necesarias para sobrevivir en el mundo actual necesitan de cambios inmediatos y profundos, que tendrán que hacer sin renunciar al modelo que han construido, lo que los coloca en un riesgo real, ya que al pretender blindar los logros revolucionarios podrían entrar en procesos de centralización que paralicen la vida económica del país.
Cuba tendrá que reconocer como los grandes logros de la revolución: la salud y la educación generalizada, la erradicación de la miseria, la seguridad social que tiene el país, la seguridad con la que se camina por sus calles se consolidan como los pilares para defender un modelo alternativo que hace contrapeso al modelo dominante sin caer en una burocracia estatal que es insostenible para el país.
La necesaria operativización de estos cambios establecidos en los lineamientos impulsados por el gobierno y el partido tienen que realizarse de una manera creativa y eficaz que permita nuevas formas de relacionamiento a nivel nacional e internacional y obliga a las estructuras estatales a encontrar los caminos para facilitar este proceso.
En ese ambiente, el lunes 28 de noviembre, cientos de miles de cubanos hicieron horas de cola para rendir homenaje a Fidel y antes de entrar a las salas donde civiles y militares hacían guardia de honor, los cubanos asistentes que así lo quisieron ratificaron mediante su firma el juramento revolucionario expresado por Fidel en el año 2000, donde hicieron explícita su voluntad de dar continuidad a sus ideas y al socialismo, voluntad que quizás es la garantía para que no se pierda lo construido.
Este juramento se deriva del concepto de Revolución que Fidel Castro dio a conocer el 1 de mayo de ese año, como un principio que deberá ser guía y rector para quienes aspiran a un mundo mejor y que establece que la revolución es unidad e independencia, es luchar por los sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base del patriotismo, el socialismo y el internacionalismo.
Los cientos de miles de cubanos que se dieron cita para despedir a Fidel hicieron pacientes la larga cola que había para expresar sus condolencias, cuadras y cuadras de largas filas se vieron ese día alrededor de la plaza. Los cubanos al llegar pedían el último, esa extraña forma que se encontró en Cuba para ordenar la carencia, el desabasto, el caos que esto implicaba y que permitía a la población esperar su turno frente a interminables filas para casi cualquier cosa, antes el transporte,el abastecimiento, el pan y ahora despedir a Fidel.
Con la muerte de Fidel acaba una era, se transita simbólicamente, se termina de terminar el siglo XX, quizás hasta desaparece un extraño muro imaginario que significaba la presencia física de uno de los hombres más asediados en la historia, pero con la presencia de cientos de miles de cubanos en los diversos momentos de las exequias, la sociedad parece enviar un mensaje de unidad al mundo, un mensaje que reconoce las contradicciones pero también reconoce los aciertos.
El desafío para Cuba hoy está puesto en el caminar al futuro, en el relevo necesario de la dirigencia histórica revolucionaria que ahora tiene que ceder el paso a las generaciones formadas ya en la Cuba socialista para que sean ellas quienes enfrenten el desafío de mantener los logros revolucionarios en un mundo que ha cambiado vertiginosamente, un mundo caracterizado por un modelo global, neoliberal, hegemónico y voraz que pretende imponerse a toda costa.
Cuba vivió nueve días de luto nacional, las calles de la Habana parecían estar en un extraño letargo, los bares no vendieron bebidas alcohólicas, los restaurantes no tuvieron la característica música a alto volumen, incluso en los hogares la vida transcurrió a media voz como una forma de presentar sus respetos a la partida del Comandante.
No es casual que tantos países enviaran a delegaciones del más alto nivel a los actos de homenaje, 18 líderes tomaron la palabra la noche del martes en la Plaza de la Revolución, los cubanos se conmovieron frente al discurso del presidente boliviano Evo Morales, esperaron el discurso del mandatario venezolano Nicolás Maduro y escucharon con atención el discurso breve y sentido del presidente Raúl Castro.
Al margen de las diferencias o cuestionamientos que puedan existir en torno a la figura emblemática de Fidel Castro, es necesario reconocer su papel en la historia contemporánea, y es necesario reconocer que con sus aciertos y errores dedicó su vida a construir un modelo de país y de sociedad que consideraba más justo y equitativo, y que en términos reales es más justo y equitativo que cualquiera de los demás países de Nuestra América.
*Patricia Zapata, coordinadora de proyectos, RLS- México
Fotografía: Archivo Casa de las Américas