Carlos Arrazola. Profesor universitario y periodista que ha trabajado para diversos medios nacionales e internacionales, aquí nos plantea desde su mirada crítica y analítica un panorama nacional en el que desmenuza el escenario que enfrentamos. | Foto: Plaza Pública
La izquierda política en Guatemala ha tenido una trayectoria histórica marcada por la represión, exclusión y fragmentación. Desde la Revolución de 1944 hasta el conflicto armado interno que duró 36 años, pasando por el golpe de Estado de 1954 y los Acuerdos de Paz de 1996, la izquierda ha enfrentado diversos desafíos para consolidarse como una fuerza política capaz de representar los intereses y demandas de los sectores populares y marginados del país.
Los partidos políticos de izquierda han tenido una presencia minoritaria y fluctuante en el escenario electoral guatemalteco. Según la Ley Electoral y de Partidos Políticos, actualmente existen 27 partidos vigentes en el país, de los cuales solo tres se identifican abiertamente con la izquierda: la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), el Movimiento Político Winaq y el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP). Estos tres surgieron de la transformación de las antiguas guerrillas que firmaron los Acuerdos de Paz con el Estado y que buscaron integrarse a la vida política institucional. Algunos otros partidos minoritarios han desaparecido por falta de votos en los resultados electorales. Actualmente existe también el Movimiento Semilla, que se autodefine como socialdemócrata y que desde su creación en 2019 ha guardado distancia de las otras expresiones progresistas para no ahuyentar a sus votantes, mayormente conservadores.
Los partidos de izquierda han tenido dificultades para obtener una representación significativa en el Congreso de la República, así como para articular una propuesta política alternativa al modelo neoliberal dominante y a la captura de las instituciones estratégicas del Estado, cooptadas abiertamente a partir de 2017 por una alianza de políticos de extrema derecha, empresarios, antiguos militares y grupos del crimen organizado, en lo que popularmente se conoce como “pacto de corruptos”. En las elecciones de 2015, apenas obtuvieron 5 escaños de los 158 posibles: 2 de URNG –que corrió en Alianza con Winaq– y 3 del desparecido Convergencia. En los comicios de 2019 los partidos de izquierda lograron sólo 8 de los 160 escaños en disputa: 4 de Winaq, 3 de URNG y 1 del MLP. El Movimiento Semilla, que participó en ese año por primera vez, se hizo de 7 importantísimas curules.
Los resultados en la competición por la Presidencia también han sido adversos para la izquierda. En 2015, el candidato de la coalición URNG-Winaq, Miguel Ángel Sandoval, se ubicó en la décimo primera posición de 14 participantes, con apenas el voto del 2,11% de los electores. Cuatro años después, en 2019, la líder indígena del MLP, Thelma Cabrera, dio la sorpresa al posicionarse en el cuarto lugar con el apoyo del 10,37 % de los electores. Ese mismo año, el académico Manuel Villacorta, de Winaq, se ubicó en el quinto puesto con el 5,22%. El candidato de la URNG, Pablo Ceto, obtuvo el 2,16% y el de Convergencia, Benito Morales, el 0,86 %.
Muchos son los factores políticos, ideológicos, históricos y sociológicos que explican la debilidad de los partidos de izquierda en Guatemala, pero los más destacables en la coyuntura actual se pueden resumir en: la falta de unidad y coherencia interna; la escasa renovación de sus cuadros dirigentes; el debilitamiento de sus bases sociales; la estigmatización y criminalización por parte de los sectores conservadores y autoritarios; la competencia con otros actores políticos que se presentan como progresistas o de centro; la incapacidad para gestionar recursos técnicos y financieros que les permitan realizar actividades organizativas y de propaganda; y la carencia de estrategias de comunicación política adecuada.
“La vanguardia soy yo”
El principal obstáculo histórico de la izquierda guatemalteca para lograr la unidad ha sido el mesianismo: todos los grupos, partidos y facciones surgen a partir de la idea de que cada uno es la vanguardia alrededor de la cual los demás deben unificarse.
Todos creen ser los dueños de la verdad, los únicos capaces de dirigir y mandar. Y en esa lógica todos fallan, porque nadie quiere ser mandado. Ese vicio se ha reproducido desde siempre, y hasta que no lo entendamos, hasta que no aceptemos que la solución debe basarse en la discusión con argumentos y que las decisiones deben tomarse en consenso, con disciplina y basadas en un programa, nunca lograremos nada.
María, ex militante de la URNG, 48 años, en una entrevista reciente
La fragmentación de los partidos de izquierda, las diferencias ideológicas, pero principalmente el sectarismo y el mesianismo, han dificultado la formación de coaliciones sólidas. La diversidad de enfoques ideológicos y estrategias políticas dificulta la formación de alianzas firmes. Para superar este desafío, sería necesario que los partidos de izquierda establecieran un diálogo abierto y constructivo en el que puedan identificar puntos en común y desarrollar una plataforma única basada en valores compartidos, lo que implicaría renunciar a protagonismos particulares.
Por otro lado, para fortalecer la capacidad organizativa de los partidos, tanto a nivel interno como en sus vínculos con la sociedad civil, en necesario mejorar la formación política de sus miembros, promover la participación de la juventud y las mujeres, así como fomentar la transparencia y la rendición de cuentas en todas las instancias del partido. Además sería importante depurar de sus filas a los dirigentes que han sido permeados por las prácticas corruptas del sistema y que han contaminado tanto las estructuras dirigenciales como las bases.
Otro desafío importante es la construcción de alianzas entre los partidos de izquierda y el movimiento social. Aunque ambos actores comparten preocupaciones comunes en torno a la corrupción y desigualdad, a menudo han tenido dificultades para colaborar de manera efectiva. Para superar esta brecha, es fundamental establecer espacios de encuentro donde puedan generarse diálogos entre partidos y organizaciones sociales.
La confianza mutua y la creación de agendas compartidas son elementos clave para el fortalecimiento de estas alianzas. Para lograrlo, los partidos deben hacer un esfuerzo por demostrar su compromiso con las demandas y aspiraciones del movimiento social. A su vez, las organizaciones sociales deben reconocer el papel de los partidos como instrumentos políticos y buscar puntos de convergencia. La construcción de alianzas basadas en la confianza y el respeto mutuo permitiría una lucha más efectiva contra la corrupción, así como la consolidación de un frente unido ante la derecha.
Para que esto sea posible se necesita convencer y empatizar con la juventud. Según el Censo Nacional de Población de 2018, más del 60% de la población guatemalteca es menor de 30 años. Ello implica que la mayoría nació después del conflicto armado interno, durante el inicio y consolidación de las políticas económicas neoliberales y, fundamentalmente, en la consolidación de las tecnologías de la comunicación y la información. Los centennials, como se les denomina a las personas nacidas a partir de 1995, independientemente de sus condiciones socioeconómicas son “nativos digitales”, es decir, el internet y sus derivados forman parte de sus vidas, principalmente en los ámbitos de la comunicación y la educación.
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