Lo que las derechas traen a la región latinoamericana – Maristella Svampa

Introducción[1]

Hasta hace pocos años se consideraba que América Latina, representada por los gobiernos progresistas, se hallaba a contramano del proceso de radicalización del neoliberalismo, que hoy atraviesa Europa y los Estados Unidos, con sus consecuencias en términos de aumento de las desigualdades, xenofobia y antiglobalismo. Sin embargo, en los últimos tiempos, nuevos vientos ideológicos recorren la región. El final de ciclo progresista, al menos como lo conocimos, es un hecho consumado, en términos de gobierno, de alianzas regionales y clima de época.

El fin de ciclo implicó el ocaso del progresismo como lingua franca. Los elementos modulares que caracterizaron esta lengua común fueron el cuestionamiento del neoliberalismo, asociado a los 90; un discurso igualitario que apuntó a la inclusión social, muy especialmente a través de programas sociales y el impulso del consumo; la implementación de políticas económicas heterodoxas y, por último, la aspiración a la construcción de un espacio latinoamericano, desde los cuales pensar la integración regional. Sin duda, la consolidación de una hegemonía política progresista, asociada a estos cuatro elementos modulares, estuvo ligada al boom de los precios internacionales de las materias primas.

A lo largo del ciclo progresista (2000-2015) hubo quienes tendieron a identificar de manera más o menos automática Progresismos e Izquierdas. Sin embargo, a nivel nacional y regional, desde las izquierdas, la clarificación de lo que se entendía por Progresismo fue objeto de ásperos debates e interpretaciones, sobre todo en relación a cuestiones ligadas a la concepción del cambio social, el rol de los movimientos sociales y las estrategias de desarrollo, entre otras. Dichas pujas revelaron la tensión creciente entre diferentes narrativas políticas descolonizadoras, sobre todo entre la narrativa nacional-desarrollista y aquella indianista, las cuales tuvieron un gran protagonismo en el cambio de época, esto es, en el cuestionamiento de la hegemonía neoliberal y la apertura de un nuevo escenario político. La narrativa desarrollista, actualizada en clave de neoextractivismo iría articulándose con otras dimensiones, propias de la tradición populista, tan profundamente arraigada en nuestras latitudes, lo que con el correr de las aguas daría lugar a un populismo de alta intensidad,[2] en sus diferentes expresiones.

De modo que, hacia fines de la primera década del siglo XXI, la categoría “populismo” fue ganando cada vez más terreno para caracterizar a los gobiernos progresistas, hasta tornarse nuevamente un lugar común y devenir también un campo de batalla político e interpretativo. Por un lado, desde sectores mediáticos y el campo de la derecha el concepto de populismo fue muy bastardeado, rápidamente asociado a la demagogia política y económica, el personalismo y la corrupción. Por otro lado, desde sectores académicos se hizo el esfuerzo por abandonar la visión unidimensional y peyorativa de sus detractores para reconocer que, los populismos latinoamericanos del siglo XXI —como sus predecesores del siglo XX— en tanto regímenes políticos son ambivalentes, complejos y multidimensionales.

Así, tal como lo entiendo, los populismos —en plural— constituyen un fenómeno político complejo y contradictorio que presentan una tensión constitutiva entre elementos democráticos y elementos no democráticos. Los populismos pueden ser definidos como una dimensión estructuradora de la política, un modo de entender —y desarticular parcialmente— la verticalidad del vínculo social, que aparece condensado en una cierta concepción del cambio social, en favor de aquellos sectores considerados más desfavorecidos. En términos de tradición, existe una tipología variada, que va desde los populismos de derecha, asociados a un discurso xenófobo y proteccionista, más frecuentes en los países centrales, hasta aquellos de carácter progresista, vinculados a diferentes variantes de los nacionalismos periféricos, tal como tradicionalmente ha venido ocurriendo en la región latinoamericana.

Lo propio de los populismos es que comprenden la política en términos de polarización y de esquemas binarios, lo cual tiene varias consecuencias: por un lado, contribuyen a la simplificación del espacio político, a través de la división en bloques antagónicos (el bloque popular versus el bloque oligárquico); por otro lado, promueven la selección y jerarquización de determinados antagonismos, en detrimento de otros, los cuales tienden a ser denegados o minimizados en su relevancia y/o validez (cuando no, expulsados de la agenda política), así como la subestimación del pluralismo político y social. Asimismo, en términos de relación líder/organizaciones, la forma histórica que estos asumen en la región es el modelo de participación social controlada, esto es, la subordinación de los actores colectivos al líder, bajo el tutelaje estatal.

En esa línea, los populismos latinoamericanos del siglo XXI presentan similitudes con los populismos clásicos del siglo XX (aquellos entre las décadas de 1930 y 1950). Ciertamente, los gobiernos de Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, Rafael Correa y Evo Morales, incluso el de Lula Da Silva y Dilma Rousseff, provenientes de países con una notoria tradición populista, habilitaron el retorno de populismos de alta intensidad, sostenidos en la reivindicación del Estado como constructor de la nación, un tipo de vinculación con las organizaciones sociales, el ejercicio de la política como permanente contradicción entre dos polos antagónicos y, por último, la centralidad de la figura del líder.

Por encima del lenguaje de guerra, lo propio de los populismos del siglo XXI fue la consolidación de un esquema de gobernanza, de un pacto social, en el cual convivieron —aun de manera contradictoria— la tendencia a la inclusión social (expansión de derechos, beneficios a los sectores más postergados e inclusión por el consumo) con el pacto con el gran capital (agronegocios, sectores extractivos, incluso, en algunos casos, con los sectores financieros). En esa línea, y pese al proceso de nacionalizaciones (que hay que analizar en cada caso y en cada país), los progresismos populistas establecieron alianzas con grandes corporaciones transnacionales aumentando el peso de estas en la economía nacional. Ejemplos de ello son Ecuador, donde las empresas más importantes incrementaron sus ganancias respecto del período anterior; Argentina, que durante el ciclo kirchnerista mostró una mayor concentración y extranjerización de la cúpula empresarial; o Brasil, donde el consenso lulista impulsó la alianza con el sector del agronegocios al tiempo que favoreció al sector financiero.

Una vez dicho esto y al calor del fin del ciclo progresista, cabe preguntarse cuáles han sido los factores que fortalecieron la visibilización y legitimación de valores conservadores, incluso de corte autoritarios/ reaccionarios ¿Ha sido el proceso de polarización y la personalización de los liderazgos? ¿Acaso la consolidación de regímenes políticos más tradicionales —populismos plebeyos o de clases medias— facilitó una transición hacia opciones más radicalizadas, de derecha? ¿O la conexión entre los progresismos realmente existentes y el giro conservador es más indirecta, por la vía del debilitamiento de los movimientos sociales? También podemos preguntarnos si la emergencia de una nueva derecha es todavía la excepción en América Latina. Y si esta no responde a una tendencia global, con vinculaciones indirectas en relación al agotamiento del progresismo en América Latina.

Para intentar responder algunas de estas preguntas, propongo un desarrollo en dos partes. En una primera parte, buscaré trazar un cuadro general del fin de ciclo y el giro a la derecha, a través de la indagación de los cambios políticos ocurridos, los nuevos alineamientos gubernamentales, el hundimiento de la institucionalidad regional progresista gestada en los últimos quince años, en fin, el surgimiento de nuevas alianzas políticas y comerciales, y los nuevos desafíos geopolíticos.

En una segunda parte, haré una lectura de carácter a la vez más teórica pero también más específica, para explicar cómo los populismos y las dinámicas polarizadoras, abrieron ventanas de oportunidad política, instalando nuevos umbrales sociales. Aclaro, sin embargo, que antes que realizar una discusión del concepto populismo y sus múltiples interpretaciones, me interesa partir de la definición dada más arriba (el populismo como ambivalencia, como dinámica de polarización y como pacto social), a fin de explicar cuáles fueron los factores que fortalecieron la visibilización y legitimación de valores conservadores, incluso de corte autoritarios / reaccionarios. En esta línea, analizo cómo las dinámicas recursivas desencadenadas consolidaron campos antagónicos y abrieron a nuevas oportunidades políticas, que visibilizaron y fortalecieron posiciones conservadoras, incluso de carácter reaccionarias y autoritarias. También me interesa dar cuenta del tipo de derechas que caracterizan a la región, estableciendo diferencias y similitudes entre la derecha neoliberal y la derecha radical autoritaria. Por último, retomaré los casos de Brasil y Argentina, dos de los países que encabezaron el final del ciclo, en relación a los campos de conflictos, para dar cuenta, a su vez de este vaivén entre lo político y lo social.


[1] Escrito en 2019.

[2] Retomo y reformulo un tipo ideal propuesto por el sociólogo Aníbal Viguera (1993) que establece dos dimensiones para definir el populismo: una, según el tipo de participación; y la otra, según las políticas sociales y económicas. En esa línea, distingo entre populismo de baja intensidad, vinculado al carácter unidimensional del mismo (estilo político y liderazgo, que puede coexistir con políticas neoliberales), y un populismo de alta intensidad, que ensambla estilo político con políticas sociales y económicas, que apuntan a la inclusión social. Asimismo, existen diferentes tipos de populismos de alta intensidad, pues no es lo mismo el populismo de clases medias, representado por el kirchnerismo y el correísmo, que el populismo plebeyo, ilustrado por los casos boliviano y venezolano. He abordado el tema en Svampa (2016 y 2017).

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