Leocadio Juracán. Histórico dirigente campesino del Comité Campesino del Altiplano, nos ofrece un análisis sobre la importancia de articular la lucha indígena con la lucha campesina para superar la atomización y poder generar una correlación de fuerzas diferente. | Foto: Centro de Medios Independientes.
En medio de un proceso electoral muy cuestionado en el que se ha utilizado la violencia de forma desvergonzada, un proceso con una enorme cantidad de partidos que impulsan una campaña electoral clientelar y populista al punto de normalizar el financiamiento electoral ilícito, la participación de candidatos vinculados al narcotráfico y al crimen organizado, en medio de todo, eso los pueblos originarios y campesinos continuamos el clamor por la madre tierra, la justicia agraria, los derechos y dignificación laboral, la restructuración del sistema nacional de salud, la educación de calidad en el idioma de nuestros territorios, la soberanía alimentaria, la autodeterminación de los pueblos, el respeto a las formas de organización y la participación democrática de los pueblos, así como iniciativas de inclusión, arraigo y derechos de mujeres y juventudes rurales como principales demandas.
Históricamente los gobernantes en Guatemala han tenido a la población indígena y campesina excluida y marginada. Esta situación provocó los 36 años de conflicto armado interno, que tuvieron como logro los Acuerdos de Paz. Dichos acuerdos generaron muchas expectativas y esperanzas en el pueblo guatemalteco. Sin embargo, también trajeron consigo una primera fase de desmovilización y neutralización de los movimientos sociales que, en varios casos, se concentraron en esfuerzos legislativos dejando de lado el origen y naturaleza de los movimientos sociales. Asimismo, la estrategia estatal de cooptación ha alcanzado a nuestras organizaciones. En los distintos momentos históricos de acción política cargados de represión y criminalización, lo que había sido una estrategia de desmovilización y neutralización se transformó en el descabezamiento de nuestro movimiento. El asesinato de líderes comunitarios, así como el estigma y la judicialización, han llevado a algunos al punto de doblegarse ante los intereses del capital, lo que mantiene y refuerza el actual modelo de desarrollo capitalista en Guatemala.
Por otro lado, la falta de unidad en la presente contienda ha desempolvado opiniones públicas importantes para la reflexión al interior de nuestras organizaciones y para el movimiento campesino e indígena. Por un lado, los egos y caudillismos imposibilitan que algunos liderazgos aglutinen a la sociedad para potenciar las demandas existentes de la población descontenta. Por otro lado, la presión generada por la desarticulación, el descabezamiento, la invisibilización de la lucha indígena y campesina, así como por la demanda latente para resolver problemas estructurales al mismo tiempo que atender las necesidades urgentes, ha generado importantes disputas en los liderazgos, en las bases e incluso en el uso de los recursos para lograr sobrevivir ante esta presión.
Pero más preocupante aún resulta la cooptación de cuadros indígenas y campesinos para participar de forma electoral con partidos que representan políticas conservadoras, que buscan continuar con el statu quo. Resulta muy indignante que algunos de nuestros hermanos siguen sin darse cuenta de que los utilizan para ultrajar a su propia gente. Por otro lado, al interior de nuestras organizaciones no se ha avanzado lo suficiente en la garantía de espacios seguros para mujeres y jóvenes, así como tampoco hemos sido capaces de generar nuestra auto sostenibilidad sobre la base de los principios del Buen Vivir.
Las organizaciones hemos asumido la participación política electoral desde los liderazgos históricos, lo que vemos en dos vías. Por un lado, positivo por el involucramiento y la garantía de llevar las demandas indígenas y campesinas a espacios de toma de decisión. Por otro, creemos que es muy importante ser responsables para analizar la fuerza representativa real; además, algunos de los pocos espacios logrados con votos de la sociedad consciente han terminado de frustrar la esperanza con su accionar y los pocos avances. Para estas elecciones se visualiza aún más la fragmentación de bases indígenas y campesinas porque las disputas por el poder entre varias organizaciones sociales, producen que los intereses políticos electorales hagan de lado el abordaje de temas estructurales demandados por las bases.
Con responsabilidad y de manera autocrítica consideramos que actualmente no hay organizaciones indígenas, campesinas o de la sociedad civil con bases suficientes para hacerle frente al sistema, para sostener una disputa real por el poder político, y de eso estamos conscientes. Sin embargo, estamos lejísimos de fomentar una verdadera UNIDAD sobre principios y valores para la construcción de la Guatemala diversa. Ya no debemos generarnos falsas expectativas creyendo que nuestra organización, en particular, es capaz de lograr los cambios estructurales.
Es necesario buscar un mecanismo de articulación y coordinación desde lo interno de nuestras organizaciones y redes regionales. Coordinarnos entre nosotros para que a nivel nacional podamos conectarnos y articularnos desde las bases y así generar un movimiento con dirigentes frescos, de campesinos, autoridades ancestrales, hombres y mujeres del campo, juventudes, etc. También se hace necesario fortalecer y cuidar las redes ya existentes, revolucionarlas, hacer que de ellas nazca una lucha de resistencia que nos obligue a buscar alianzas y coaliciones. Nuestras organizaciones históricas deben de extenderse a territorios con mayor membresía y disputar el poder en los pueblos y comunidades de mayor fortaleza. El problema es que todos están disputando el poder en las mismas regiones y eso lleva a la fragmentación de las propuestas políticas progresistas y de izquierda.
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